Esteve Llopart. «Blasco», tinta sobre papel, 20,5 x 15 cm.
El 17 de agosto de 1990 regresábamos de Basilea en coche. Al pasar por Berna, nos sorprendió la profusión de carteles que anunciaban una exposición de Paul Klee en el Kunstmuseum titulada Das schaffen im todesjahr (La obra realizada en el año de su muerte). Decidimos que no podíamos perdérnoslo y fuimos hacia el museo. Era por la mañana.
Llegamos a la recepción y nos dijeron que la inauguración estaba programada por la tarde y que asistirían todas las fuerzas vivas de la República helvética, tanto las políticas como las artísticas y culturales. Nos supo muy mal, pues no podíamos quedarnos de ninguna manera. Respuesta: bueno, como la exposición ya está montada, entren y mírenla tranquilamente, ya que sería una pena que se la perdieran. No sólo la visitamos solos, sino que también adquirimos el catálogo.
Paul Klee sufría desde 1936 de esclerodermia, una enfermedad degenerativa que le llevó a ingresar en una clínica en 1940, donde murió el 29 de junio. Tenía 60 años. La exposición acogía todas las obras que había realizado en estos escasos 6 meses del último año de su vida: 356 creaciones entre dibujos, acuarelas y óleos.
Desde entonces, tengo una especie de complicidad con este artista, pues me pareció que compartía con él sus últimos momentos, su agonía y su testamento. Una de las obras se titula Tod und feuer (Muerte y fuego) y se puede visitar en el Museo de Berna.
Pero, además de compartir con vosotros la admiración por este gran artista, quiero destacar que el otro gran impacto de esta exposición fue el comportamiento de las personas que trabajaban en el museo y que nos atendieron; su mirada cuando nos explicaban la importancia de la muestra y lo que significaba para la ciudad y para el país.
Y, de modo muy especial, la empatía que nos manifestaron con el gesto de dejarnos visitar solos esta muestra. El humanismo pasó por delante del reglamento. Siempre que veo el catálogo, que me lo miro con cierta frecuencia, siento no haber agradecido suficiente este gesto que se contrapone a lo que tan a menudo debemos atribuir a nuestro funcionariado.
